Intensidad

Estoy ensimismada pero me doy cuenta de todo. No distingo muy bien qué hay, qué pasa, cuál es la situación…

Y sin embargo, decido caminar.

Camino hacia una enorme borrasca que se ve a lo lejos aunque noto su imponente presencia. Siento cómo se aproxima la tormenta lentamente pero con ímpetu que podría asustar hasta el más valiente de los espartanos. Y con ella, también siento el frío que desprende, ese frío traicionero que se arrastra hasta mi rostro y me golpea en las mejillas. Siento el olor de la tierra mojada a lo lejos:

«Petricor lo llaman»

Las nubes negras se aproximan pero más bien, se mueven conmigo, a mi compás, a mi ritmo y yo no puedo alejarme de ellas, por más que quisiera. La tormenta es inminente, es intensa, es mágica, es hechicera, es bruja, es abracadabra…
Simplemente ES.

No tomo conciencia que me voy adentrando en ella, que va tomando fuerzas de mí, se alimenta de mí. Y es así cómo deben suceder las cosas y es inevitable.

La lluvia cae pero es diluvio. Lo hace con tanta fuerza que me tumba una y otra vez al suelo. Me sostengo como puedo y me doy cuenta que no es ajena a mí. No es extraña a mis sentidos. Es una vieja conocida que en tiempos pasados vivimos en paz.

Me mira a los ojos y me veo reflejada en los suyos. Ahí están. Mis enormes y tristes ojos negros que parecen tan perfectos en el gris de la oscuridad. No es ella. No eres tú.

Soy yo.

La jodida tormenta soy yo.

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